#119 De enseñar movimientos a educar conductas con Pere Lavega

En este episodio, Pere Lavega nos propone un cambio de mirada que toca el núcleo de la Educación Física: no se trata solo de enseñar habilidades o destrezas, sino de educar la conducta motriz. Y eso, dicho así, parece un matiz. Pero en realidad es una revolución.

Porque la conducta motriz no es únicamente el gesto visible. Es la acción completa: lo que el alumnado decide, lo que siente, cómo se relaciona, cómo interpreta el espacio, a los demás, el riesgo, el éxito y el error. En otras palabras: la EF deja de centrarse en “cómo se mueve el cuerpo” para centrarse en “cómo actúa la persona” cuando juega, coopera, se enfrenta, se equivoca, reacciona, se adapta o crea soluciones nuevas.

A partir de ahí, la conversación se vuelve tremendamente práctica para quienes enseñamos. Pere insiste en que para diseñar buenas situaciones de aprendizaje no basta con elegir “actividades” sueltas: hay que entender la lógica interna del juego, es decir, qué relaciones genera esa práctica (con compañeros, adversarios, reglas, espacio, material) y qué tipo de experiencias hace inevitables. Esa lógica es el mapa que permite planificar con intención: si quiero cooperación real, si quiero decisiones tácticas, si quiero creatividad, si quiero trabajar regulación emocional… el tipo de situación lo cambia todo.

Otro punto potente es cómo los dominios de acción motriz condicionan la metodología. No plantea lo mismo una tarea psicomotriz que una sociomotriz: cuando aparece la incertidumbre del otro (cooperación, oposición, cooperación-oposición), emergen decisiones, anticipación, lectura corporal, comunicación no verbal y ajuste permanente. Y ahí la repetición mecánica pierde fuerza: lo que educa de verdad es la adaptación, la transferencia y la búsqueda de soluciones en contextos variables.

El episodio también entra en un terreno que el profesorado reconoce al instante: las emociones intensas. El “inconsciente motor” —lo automático, lo visceral, lo que aparece sin que lo elijamos— se activa con facilidad en EF: miedo, frustración, tensión, riesgo percibido, excitación. La clave, como plantea Pere, no es evitar esas emociones, sino canalizarlas pedagógicamente: diseñar situaciones seguras pero no sobreprotectoras, acompañar la vivencia y convertir lo que pasa en clase en aprendizaje emocional y social, no en algo que simplemente “se soporta”.

Y si hay un hilo que atraviesa toda la conversación es este: la EF tiene una capacidad única para desarrollar empatía motriz. Anticipar al otro, comprenderle corporalmente, coordinarse sin hablar, modular la intensidad, rotar roles… Todo eso no se trabaja desde el discurso, sino desde situaciones bien diseñadas. Por eso, cuando el currículo habla de competencia motriz y conducta motriz, la praxiología no lo ve como dos mundos separados: lo entiende como una unidad coherente, con sentido humanista.

Cerramos con una reflexión inevitable: hoy el alumnado llega con menos experiencia corporal, menos autonomía, menos tolerancia a la frustración y más sobreprotección. En ese contexto, educar conductas motrices —acciones con significado— no es un lujo teórico, sino una necesidad educativa. Y, como remate, Pere plantea el reto de la formación: universidades y formación permanente deben enseñar a leer la lógica interna, diseñar situaciones ricas, gestionar incertidumbre y educar emoción, relación y decisión.

Si te interesa una EF con más profundidad, más sentido y más herramientas para programar con coherencia, este episodio es una brújula.